Jimena Toscano y Andr\u00e9s Mart\u00ednez viven en el centro de Madrid, en un piso antiguo y sin pretensiones donde salta a la vista el tel\u00e9fono rojo en una mesilla del sal\u00f3n y el mural con el rostro de Elvis que \u00e9l ha pintado en una pared. De d\u00eda da gusto dar un paseo por este barrio, el de Malasa\u00f1a, que a\u00fan conserva cierto aire de pueblo. Pero cuando se acerca la noche comienza para ellos una pesadilla.<\/p>\n
Mientras en la mayor parte de la capital el ruido cae por debajo de 55 decibelios, el nivel considerado \u00f3ptimo para el descanso, en Velarde, la callejuela que alberga varios bares m\u00edticos y donde se ubica el apartamento, sucede lo contrario. Lo indica el son\u00f3metro que han instalado en uno de sus balcones. Durante cinco horas la media no baja de 70 decibelios, un nivel de ruido nocturno propio de zonas industriales y no de una calle residencial.<\/p>\n
Lo peor son los picos. A las 23.34 el medidor de ruido marca 93 decibelios cuando pasa el cami\u00f3n de la basura del Ayuntamiento, a la 1.40 se mantiene en torno a los 75 decibelios durante minutos cuando un joven se pone a tocar la guitarra bajo el balc\u00f3n, a las 3.22 una chica da un grito y marca 82 decibelios\u2026 \u201cSiempre es igual. Gritan como si estuvieran rajando vivo a alguien\u201d, dice Jimena, una trabajadora social de 37 a\u00f1os, echando un vistazo a la calle desde el balc\u00f3n de su apartamento, un primer piso. \u201c\u00bfQu\u00e9 necesidad tienen?\u201d<\/p>\n