El autor, que prepara dos obras –«La colección» y «La gran cacería»– ingresa el domingo en la RAE con un discurso sobre el silencio
Juan Mayorga, el hombre que ha convertido la palabra en su profesión, ha escogido el silencio como tema para su discurso de ingreso en la Real Academia Española. «Reflexiono sobre su importancia y explica la dependencia que el teatro tiene de él. Me asalta su relevancia, tanto cuando se lo adjudico a un personaje como en las acotaciones y los ensayos. También sobre su influencia sobre nuestras vidas, porque el teatro es una representación de la vida».
–Pero hoy no se aprecia.
–Vivimos un tiempo de acoso al silencio. Parece que está proscrito y que cualquier espacio de silencio debe de ser invadido. Los que por oficio o carácter lo apreciamos, sentimos que cada vez quedan menos lugares donde encontrarlo . Siento envidia de los autores que escribían en lugares públicos que no estaban invadidos por una tele rugiente o un hilo musical escandaloso. Estamos rodeados de ruido. Eso hace que los espacios de silencio sean valiosos. En el teatro se escucha la palabra y el silencio.
–Pero hoy nadie se escucha.
–El silencio es la condición de la palabra. Para las propias, aunque es más importante escuchar las del otro. No vivimos en un tiempo de escuchar. Todo lo contrario. Lo que predomina es la reducción del agumento del otro previo a la escucha. Es frecuente que se le reduzca a un estereotipo. Se olvida que todo buen diálogo por la escucha del otro.
–¿Qué es el diálogo.
–Como ciudadano, creo en la negociación y posibilidad de acuerdo; como dramaturgo, mi arte vive del conflicto. En este sentido, para mí, la palabra teatral es palabra de combate. Un buen dialogo teatral es pelea, debe haber navaja. El mejor diálogo teatral es en el que hay realmente una pelea por el propio lenguaje. En mi obra, «La lengua en pedazos», el lenguaje está en el centro del conflicto…
–¿Pero?
–Es importante el acuerdo, la negociación, la renuncia, el sacrificio y la aceptación de posiciones del otro. Hay que evitar limitar nuestra conflictividad y capacidad extraordinaria para el choque. Pero como autor de teatro, creo peleas.
–Pues los discursos políticos no abogan por nada de esto.
–Es un signo de los tiempos. No se da solo en España. En el horizonte político mundial es difícil encontrar discursos maduros, razonables. Estos discursos están penalizados. Se han reducido al cliché, al lema, a la frase contundente y que sea replicable en las redes. Los debates de hace unas semanas fueron lamentables. Como ciudadanos debemos, en la medida de nuestra capacidad, informarnos de todo lo que sea posible y castigar con nuestra capacidad a los simples reductores. Debemos exigir que se presente lo complejo como complejo.
–Se empobrece la palabra.
–Lo que me atrevo a decir es que cuanta más palabra, más vida, más capacidad para hacer experiencia del mundo. El acoso al ser humano comienza por el acoso a su palabra. Las catástrofes empiezan por las palabras, que acaban cargadas de violencia. Yo creo que no hay nada tan importante y útil como examinar las palabras, y por eso es importante la atención de las palabras en la escuela. Todos estamos rodeados de textos. Pocas cosas son tan importantes que convertirnos en críticos de ellos. Por eso es fundamental que los jóvenes sean críticos. Cuanto antes, mejor, para que sean capaces de leerlos, criticarlos y entender los intereses que esconden.
–Convertirnos en críticos… eso es revolucionario.
–Probablemente casi todo hoy conduce a la docilidad y la servidumbre. Creo que sí hay muchas corrientes que conducen hacia eso, pero hay ocasiones en que se pueden imaginar la sociedad para que pueda ser de otro modo. Lo esencial es que los estudiantes se pregunten en la escuela si esto puede ser de otra manera. Los jóvenes se convertirían en ciudadanos y más adelante tendríamos otro modo de sociedad y trabajo.
–Su teatro surge del día a día.
–Es verdad. La próxima obra podría nacer de algo que sucede al doblar la esquina. Si me interesa el teatro es porque me permite examinar las acciones humanas. Es mi pasión. También imaginarlas. Las dos obras que estoy escribiendo provienen de mis experiencias. Así como las tres que están circulando.
–¿Puede hablarme de sus trabajos nuevos?
–«La colección» es una obra largamente deseada que solo ahora encuentra forma. Va sobre el mundo del coleccionismo, porque el coleccionista, que no me resulta una figura simpática, en cambio me resulta interesante porque el coleccionismo es un mundo de deseo, posesión y grandes pasiones, y por tanto hay teatro y drama. «La gran cacería» proviene de mi encuentro con un mosaico romano que me impactó y me dio qué pensar. No habla tanto del mosaico como de la turbulencia que me provocó y la noche de insomnio que pasé.
–¿Tiene obras frustradas?
–Unas cuantas y otras pendientes de reescritura. Todas las obras éstan pendientes de reescritura.
–Nunca se acaban.
–Dicen que no se acaba una obra, sino que se abandona. La reescritura es previa a la escritura. Al escribir una frase se han rechazado ya otras. La reescritura es constitutiva del trabajo de escritura. Estoy en conflicto permanente con mis textos. Me siento limitado y serenamente ambicioso con ellos. El autor teatral está más expuesto al combate con sus textos que otros creadores, porque cada vez que representas un texto, descubres límites y nuevas posibilidades. Nunca he concluido ninguna obra.
–¿Está usted en sus textos?
–En mis obras siempre estoy yo y mis preocupaciones y según van pasando los años, me doy cuenta de que hay asuntos que aparecen siempre.
Fuente: larazon.es
Deja tu comentario