El ecologista acústico Gordon Hempton apadrina un proyecto para crear una red mundial de parques urbanos del silencio: “Mucha gente ha vuelto a escuchar el canto de los pájaros, o el sonido de sus propios pasos caminando por la calle”.
Silencio. El confinamiento sirvió para aplacar el ruido en las ciudades y enseñarnos a apreciar los beneficios de la vida diaria por debajo de los 55 decibelios. En Lleida, sin ir más lejos, la presión acústica disminuyó hasta ocho veces y la percepción sonora aumentó un 14%. En Barcelona, los niveles sonoros se redujeron más de 9 decibelios, sin el fragor del tráfico ni el martilleo incesante de las obras. El bramido del monstruo urbano dejó paso a una repentina quietud.
“La gente teme al silencio como teme a la oscuridad”, advierte Gordon Hempton, de profesión “ecologista acústico”. “En el fondo, es un temor a lo desconocido, porque en las ciudades nos hemos habituado a vivir entre ruidos sin ser conscientes de cómo afecta a nuestra salud. La experiencia del confinamiento ha servido para redescubrir el valor del silencio. Mucha gente ha vuelto a escuchar el canto de los pájaros, o el sonido de sus propios pasos caminando por la calle”.
Gordon Hempton dio la vuelta al mundo, con parada en Doñana, a la busca del silencio natural. Tiempo después recorrió Estados Unidos de costa a costa, registrando la sucesión de sonidos autóctonos. En las Olympic Mountains, a tiro de piedra de Seattle, creó la simbólica “Pulgada de Silencio”, algo así como un oasis de cordura en un mundo estrepitoso. Su último proyecto se llama Quiet Parks International, con la meta de crear una red global del “parques del silencio”.
La singladura arrancó el Día de la Tierra del 2018 con la creación del primer quiet park en una zona natural, el río Zabalo en Ecuador, en plena Amazonia y con la bendición de la comunidad indígena cofán. El salto cualitativo se ha dado ahora, en el Día de la Tierra del 2020, con el reconocimiento del primer “parque del silencio” urbano en Yangmingshan, en las afueras de Taipeh y con el respaldo del Gobierno de Taiwan.
“El mundo se enfrenta a una pandemia y necesitamos más que nunca escuchar a la Madre Naturaleza, por nuestra salud física y mental”, aseguró Laila Fan, al frente de la Asociación de Paisajes Sonoros de Taiwan. “Con sus bosques frondosos, sus aguas límpidas y el sonido natural de los pájaros y los insectos en sus senderos, Yangmingshan es un paraíso que puede ayudar a limpiar nuestro cuerpo, a aclarar nuestra mente y a reclamar nuestro espíritu”.
PARQUES EN EUROPA
En Europa, la delantera la lleva Suecia, con cinco parques en Estocolmo esperando la certificación del “silencio”. Allí vive Ulf Bohman, director ejecutivo de Quiet Parks International, que resume tal que así los requisitos: “En un parque urbano, el silencio natural completo es imposible, pero sí pueden existir lugares concretos en los que los sonidos naturales están en primer plano y el sonido de la ciudad pasa al fondo, o puntos en los que uno pueden sentir la inmersión total en la naturaleza, sin estructuras humanas a la vista”.
“Todo el mundo debería tener acceso a lugares dedicados al silencio exterior y a la quietud interior“, recalca Bohman. “En algunas ciudades, esa sensación ha sido impresionante durante el confinamiento y puede tener un impacto a largo plazo. La necesidad del silencio forma parte del gran cambio que se está gestando en todo el mundo para impulsar ciudades más verdes, con más carriles-bici, más coches eléctricos y otros ajustes que han de servir para ralentizar nuestro ritmo de vida”.
MOVIMIENTO ‘QUIET’
En plena pandemia, la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) publicó un demoledor informe que concluye que 113 millones de personas sufren en nuestro continente los efectos de la contaminación acústica. España es uno de los países más ruidosos y supera la media europea, con el 24,8% de la población expuesta al sonido del tráfico rodado. Se estima que el exceso de ruido causa 12.000 muertes prematuras y 48.000 casos de cardiopatía isquémica (estrechamiento de las arterias del corazón), además de alteraciones en los sistemas cardiovascular y metabólico, trastornos graves del sueño, episodios de ansiedad y estrés y deficiencias cognitivas en los niños.
“Lejos de luchar contra el ruido, nuestro objetivo es descubrir y fomentar los beneficios del silencio”, asegura Gordon Hempton, el padre de la iniciativa, que vaticina la propagación del movimiento quiet en el mundo, siguiendo los pasos de movimiento slow. “El ruido es efectivamente una plaga del mundo moderno, pero no podemos gastar nuestras energías describiendo lo que no queremos. Es más simple y divertido salvar lo que amamos”.
Gordon Hempton aspira a crear inicialmente una red de 50 parques urbanos del silencio. Ciudades como Nueva York, Londres o Portland están en el radar del ecologista acústico, que le gustaría ver a alguna ciudad española recogiendo el testigo. Doñana figura entre tanto en la lista de 262 sitios potenciales entre parques naturales en todo el mundo “por su “diversidad bioacústica, aunque harían falta unos cambios el uso de la tierra para que pudiera lograr la certificación”.
ENSEÑAR A LOS NIÑOS
Más allá de los parques, Hempton quiere extender el sello del “silencio” a comunidades, a barrios, a hoteles y hasta a santuarios marinos. En los últimos meses, su empeño se ha trasladado también al mundo de la educación, con el programa Quiet Youth: “No se trata tanto de enseñar a los niños el valor del silencio, como de reclamar la necesidad de una plena conciencia sensorial”.
El propio Hempton, que hasta entonces era patólogo de plantas, tuvo una epifanía con 27 años que le llevó a cambiar de profesión: “Llevaba toda la noche conduciendo, me tumbé en un campo de maíz a dormir y me despertó un trueno en mitad de una potente tormenta. En ese momento me pregunté. “¿Cómo he podido tardar tanto tiempo en aprender a escuchar?”.
Tiempo después estuvo a punto de perder la audición y a rozar la el silencio total: “Mi mundo se estaba cayendo en pedazos, creí volverme loco. Me di cuenta de lo que es renunciar al mundo de los sonidos. Recuperar el oído dio un nuevo sentido a mi trabajo”. Y de esa experiencia nació un documental, Vanishing Dawn, consagrada a su sonido favorito: “Nada puede compararse al júbilo de los pájaros al amanecer, es como una invitación a la vida. Un lugar donde no se escucha cantar a los pájaros por la mañana es un lugar sin futuro”.
Carlos de Hita, toda una vida grabando “los sonidos de la naturaleza”, considera la iniciativa de Hempton como “totalmente necesaria”. “Creo que durante el encierro, mucha gente ha descubierto el silencio y le ha gustado”, asegura De Hita, que se ofrece a ilustrar la inmersión “en el silencio y en el sosiego” de los últimos meses con las grabaciones originales durante su confinamiento en el bosque de Valsaín.