se trata de “un sonido que el afectado oye, pero no hay ningún estímulo sonoro que lo produzca; es una sensación subjetiva, por lo que se ha llegado a llamar sonido fantasma“, dice María José Lavilla, presidenta de la Comisión de Audiología de la Sociedad Española de Otorrinolaringología. No obstante, hay personas que no son conscientes de que son sus propios ruidos y acaban, incluso, denunciando a los vecinos “y con líos de comunidad”, asegura esta doctora.
El acúfeno puede presentar todo tipo de tonalidades e intensidades. Se puede parecer al que produce una olla, un abejorro o un motor en marcha, y puede ser continuo las 24 horas al día o intermitente.
Hace cuatro años, Sergio Garrido estaba en una academia asistiendo a una clase de preparación al MIR cuando de repente perdió casi por completo la audición en el oído izquierdo y empezó a escuchar unos ruidos extraños. “Es como un zumbido de fondo que en ocasiones se convierte en pequeños pitidos agudos, como una mosca. Se podría parecer a cuando sintonizas mal una radio, y es constante todo el día. Lo único que varía es la intensidad y, sobre todo, la percepción que yo tengo del mismo”, explica este joven médico.
Más del 85% de los acúfenos van ligados a la pérdida de audición. La vía auditiva (el camino que recorre un sonido desde que entra en el pabellón auditivo hasta que llega al cerebro) genera un sonido “aberrante” para compensar el sonido que se ha perdido. “Esta es la teoría”, precisa la doctora Lavilla.
Normalmente se va perdiendo audición con la edad, especialmente a partir de los 60-65 años. Sin embargo, debido a que los jóvenes están cada vez más tiempo “enganchados” a los auriculares, se está adelantando en veinte años.
Cuidado con los ruidos
La exposición al ruido es causa de pérdida auditiva en el 90% de los casos y está relacionada con el volumen y el tiempo que estamos expuestos. Por ello, muchos músicos famosos como Eric Clapton, Chris Martin, Neil Young, Phil Collins, e incluso Beethoven, entre otros, sufren o han sufrido acúfenos. “Cantantes jóvenes que los chavales admiran mucho te dicen que cambiarían su riqueza por dejar de escuchar esos ruidos y se arrepienten de no haberse cuidado, porque una vez que el daño se produce es irreversible”, subraya la doctora Lavilla.
También Sergio fue músico en su adolescencia, en concreto guitarrista de varios grupos de rock, por lo que estuvo expuesto a sonidos elevados. A ello se sumó el estrés que le provocaba la preparación del MIR. Y es que, como explica la otorrinolaringóloga, el estrés hace que contracturemos mucho los músculos del cuello y de la mandíbula, que comparten musculatura con la zona de oído.
También enfermedades como la hipertensión, la obesidad o la diabetes son factores de riesgo, al igual que los medicamentos ototóxicos, de uso hospitalario, y otros fármacos como antiinflamatorios, aspirinas o paracetamol, que “tomados reiteradamente a lo largo de la vida pueden dañar el oído y producir ruidos”, advierte la doctora.
Cuando se le pregunta a Sergio si puede hacer una vida normal, contesta: “Ahora sí, pero al principio me costó muchísimo. Los otorrinos te dicen que no hay ningún tratamiento eficaz y te desesperas un poco porque esto te cambia la vida. Tienes que acostumbrarte a percibir el mundo de manera distinta”. La clave para este joven médico es “conseguir que no sea un estímulo negativo, percibirlo como una cosa más que hay en tu cuerpo y que no te resulte una amenaza”, aunque admite que no es fácil lograrlo.
A él le ayudó recibir tratamiento psicológico, pero también la terapia de reentrenamiento auditivo, que tiene como objetivo habituar al paciente para que llegue a una situación en la que no sea consciente de la presencia del ruido.
Para ello, explica Carlota Jimeno, audioprotésica y logopeda, se utiliza un audífono que tiene diferentes tipos de lo que se denomina sonidos habituadores, entre los que se selecciona el que sea más agradable para el afectado. No se trata de tapar el acúfeno, sino que, al conectar el ruido habituador, el paciente no tenga su zumbido tan presente en su plano consciente y sea capaz de controlarlo.
“Yo siempre les digo a los pacientes que es como la respiración, que nunca la oímos a no ser que queramos. El acúfeno es un ruido que ha aparecido, nuestro cerebro lo identifica como un problema y está todo el rato pendiente de él. Lo que queremos es pasar a un nivel en el que no se le preste atención”, explica.