El experto en geobiología y autor de una veintena de libros Mariano Bueno explica los efectos del ruido en el bienestar de las personas
La contaminación acústica ejerce efectos negativos sobre la salud que van más allá de los conocidos daños auditivos, ya que también provocan numerosos efectos sobre el cuerpo que a menudo no atribuimos directamente al ruido. De hecho, una persona que pase mucho tiempo expuesta a niveles de ruido excesivos puede acabar sufriendo trastornos físicos, psicológicos y sociales. Los estudios muestran que los más jóvenes y las personas de avanzada edad son los más vulnerables, ya que la mayoría de adultos presentan niveles de tolerancia al ruido.
Los ruidos muy intensos y la contaminación sonora cotidiana prolongada en el tiempo (generada por ruido de fondo de tráfico rodado o en el ambiente laboral) resultan muy nocivos para la salud. Sucesivas investigaciones y el seguimiento poblacional de personas que habitan en grandes y ruidosas áreas urbanas o en zonas tranquilas y poco contaminadas acústicamente han constatado que una exposición regular a diversas fuentes de contaminación sonora incide decisivamente en el padecimiento de alteraciones del sueño, enfermedades cardiovasculares, problemas digestivos, estrés, ansiedad, etc.
Los riesgos para la salud dependen tanto del volumen o la intensidad del ruido, como de la frecuencia y duración a lo largo del tiempo. Cuando nos exponemos a ruidos intensos durante breves periodos de tiempo, se pueden producir molestias puntuales y fatiga auditiva, que temporalmente induce una pérdida de capacidad auditiva. En la mayoría de estos casos, le sigue una fase de recuperación que puede ir de una hora a varios días. Pero el daño puede ser permanente cuando la exposición al ruido es excesivamente intensa (supera los 100 decibelios) o cuando, siendo menos intensa, se prolonga durante demasiado tiempo.
Lamentablemente, la mayoría de la población desconocemos los efectos perjudiciales que puede ejercer el ruido sobre la salud –tanto física como psíquica–, y su nivel de influencia en ciertas enfermedades, sobre todo las de tipo cardiovascular.
Tendemos a pensar que el cuerpo humano puede habituarse al ruido, y en parte es cierto, aunque también lo es que, aunque nos habituemos al ruido recurrente en nuestro entorno y, aparentemente, llegue a no molestarnos, en la práctica, con una exposición regular por encima de 45 decibelios se impide un sueño apacible, por lo que el cansancio físico y el estrés permanente pueden incidir en una disminución de las defensas y un aumento de las enfermedades infecciosas. Niveles de ruido constantes por encima de 55 decibelios pueden inducir cambios en el sistema inmunitario y hormonal susceptibles de provocar cambios cardiovasculares y nerviosos, con aumento de presión arterial y alteración del ritmo cardíaco, deficiencias en la circulación periférica e incremento de las tasas de colesterol, propiciando un incremento de riesgos de infarto de miocardio, derrame cerebral o ictus.
Ruidos regulares de más de 60 decibelios se asocian con aceleración de la respiración y del pulso, aumento de la presión arterial, alteraciones hipofisiarias, aumento de la secreción de adrenalina…
Por encima de los 85 decibelios, se agravan los problemas ya mencionados y pueden producirse efectos adversos considerables, como una clara disminución de la secreción gástrica, con síntomas de gastritis o de colitis –posiblemente debidas a la disminución del peristaltismo digestivo–; un aumento excesivo del colesterol y de los triglicéridos, incrementando los riesgos cardiovasculares. De hecho, los ruidos fuertes y súbitos pueden llegar a causar infartos en enfermos con graves problemas cardiovasculares, arteriosclerosis o problemas coronarios.
Otras patologías asociadas a la contaminación sonora se han relacionado con aumentos de la glucosa en sangre, reducción de la visión nocturna, alteraciones menstruales, aumento de la fatiga, dolor de cabeza y problemas neuromusculares que cursan con dolor y falta de coordinación.
Paralelamente, las investigaciones han observado una serie de efectos psicológicos asociados con la contaminación acústica, entre los que se encuentran: mayores niveles de irritabilidad, estrés, insomnio, síntomas de depresión, inhibición del deseo sexual, bajo rendimiento en el trabajo, falta de concentración o déficits de memoria.
Por todo ello, el que en el Principado se estén reduciendo los niveles de exposición de la población a la contaminación sonora es una muy buena noticia, y deberá animar a las instituciones implicadas a seguir ejecutando nuevas medidas y estrategias que permitan minimizar al máximo la poco saludable contaminación sonora.
Fuente: lavanguardia.com