La sentencia relata que, tal y como sucede en la mayoría de los casos, el dueño del bar hizo caso omiso a los continuos avisos de la Policía Municipal y el ruido de su bar provocó trastornos de sueño y ansiedad a los vecinos
El dueño de un bar de Madrid tendrá que ir a prisión por el “insufrible ruido” que, según los jueces, hizo la vida imposible a un matrimonio vecino durante un año. El Tribunal Supremo ha decidido confirmar la condena de tres años y medio de prisión que le impusieron los jueces madrileños, en una sentencia que le reprocha su “incívico comportamiento” por no hacer nada por evitarlo a pesar de las continuas advertencias de la Policía Municipal. El caso sigue el guion habitual de este tipo de casos, con el incumplimiento reiterado de las advertencias de los vecinos, el ayuntamiento y la Policía y los trastornos de sueño y de ansiedad que padecen los afectados.
El caso que ha estudiado la sala de lo penal es el de un bar del Alto de Extremadura, en el distrito madrileño de Latina. El condenado se puso al frente del local en febrero de 2015 y, desde entonces y a lo largo de un año, según los jueces, “incumplió sistemáticamente” la normativa de ruidos de Madrid y desoyó las advertencias de la Policía Municipal cuando fueron a hacer mediciones de ruido hasta en cinco ocasiones. En las cinco el ruido superaba ampliamente los límites legales de decibelios.
El ruido de la música, según declara probado la sentencia a la que ha tenido acceso elDiario.es, iba directo a la habitación de un matrimonio que vivía encima de la discoteca. El local no tenía un limitador de sonido y tampoco tenía el aislamiento correcto, y según los policías que declararon en el juicio también era impermeable a las advertencias. “Teníamos que acudir de paisano, porque si íbamos de uniforme nos reconocían y bajaban el volumen”, contó uno. “El ambiente era agresivo y cuando nos marchábamos en el coche volvían a subir el volumen”, dijo otro
Uno de los agentes fue contundente: “El ruido en la casa era importante, insoportable”, dijo. Tampoco hicieron caso al técnico inspector del Ayuntamiento de Madrid cuando les citó para hacer una inspección del local. Y los ruidos y vibraciones eran de tal calibre que, como contó una de las personas afectadas, “las zapatillas se movían solas en el suelo”. Su marido relató cómo eran insultados cuando pedían que bajara el volumen de la música y que, sin música, seguían escuchando los gritos y peleas. “Desde esa fecha el ‘lexatin’ fue mi compañero de fatigas”, dijo durante el juicio, y llegó a asegurar que “fui despedido hace dos años por bajo rendimiento, consecuencia de la falta de sueño”. El problema no era nuevo: el anterior dueño del bar también les había hecho la vida imposible con el ruido.
Varias personas que vivían en las inmediaciones de esta discoteca describieron cómo el ruido persistía hasta las primeras horas de la mañana. “Horrible, insoportable, dijo una de ellas que reconoció que nunca había permitido que la Policía hiciera mediciones en su casa por miedo a que los dueños del bar supieran quién era y dónde vivía.
El Tribunal Supremo acaba de rechazar el último recurso interpuesto por el antiguo dueño del bar – abandonó el local en los primeros meses de 2016 – por un delito contra el medio ambiente: tres años y medio de cárcel, una multa de 2.400 e indemnizaciones para el matrimonio que rozan los 10.000 euros en total. El acusado reiteró ante la sala de lo penal los argumentos que ya expuso durante el juicio: que no sabía que tenía que acometer reformas y que no sabía que el ruido de su bar estaba molestando a sus vecinos.
Este último argumento ha servido, en otras ocasiones, para exonerar a dueños de bares ruidosos cuando no hay pruebas de que fueran correctamente apercibidos de las consecuencias de poner la música tan alta. Fue así, por ejemplo, en el caso del dueño de un bar de Pozuelo de Alarcón para quien la Fiscalía llegó a pedir cuatro años de cárcel. Pero ese no es el caso del dueño de este bar del Alto de Extremadura: los jueces entienden que hay pruebas de sobra para declarar probado que simplemente hizo caso omiso a las advertencias.
El ruido, según el Tribunal Supremo, fue una “fuente permanente de perturbación” para los vecinos y, además, “el propio encargado del local era consciente de la molestia que ocasionaban los ruidos que de allí salían”. El acusado “conocía las consecuencias que ocasionaba con su incívico comportamiento, sin importarle el riesgo de grave perjuicio para la salud de las personas”, sigue el Supremo, que califica de “insufrible ruido” lo que padecieron los vecinos durante un año entero. La condena implica que tendrá que entrar obligatoriamente en prisión aunque, según fuentes del caso, no ha empezado todavía la fase de ejecución.
Años de ruidos
La sentencia que afecta a este bar de Madrid repite un patrón que puede encontrarse en la mayoría de sentencias del Tribunal Supremo sobre el ruido en este tipo de locales: años de quejas de vecinos, inspecciones, sanciones y apercibimientos que no provocan el final del problema, y sentencias que un lustro más tarde imponen penas de prisión al dueño del local cuando los afectados ya padecen trastornos de ansiedad y de sueño. La tónica general en los casos juzgados es que los dueños de los bares ruidosos hacen caso omiso de las advertencias y que siempre bajan el altavoz de forma definitiva demasiado tarde.
Un caso significativo es el de los dueños de una discoteca del municipio conquense de Las Pedroñeras, que fueron condenados a dos años y medio de cárcel por el ruido de su local, que llevó a los vecinos a mudarse de casa para no seguir padeciendo la música alta. La sentencia del caso refleja que la Policía llegó a firmar 46 atestados por desobediencia a los dueños del local, además de la existencia de varias multas y una orden de clausura del Ayuntamiento.
Otra sentencia, revelada en diciembre por elDiario.es, rebajó la condena impuesta al dueño de un bar de la localidad de Pasaia (Gipuzkoa) que molestó a los vecinos de arriba con sus ruidos y vibraciones durante 11 años, entre 2002 y 2013. En esos años los inquilinos se quejaron ante la Policía, el consistorio y la Justicia y el dueño no acondicionó el local para que no emitiera estos ruidos hasta más de una década después. En la localidad barcelonesa de Berga tuvieron que pasar dos años hasta que el ayuntamiento precintase un bar ruidoso, y aún así los dueños rompieron el precinto y volvieron a poner el local en marcha. Fueron indultados parcialmente el verano pasado.
Todas las sentencias dibujan también unas consecuencias similares para los vecinos de estos locales, más o menos graves en función del tiempo que estuvieron expuestos al ruido. Trastornos del sueño e incluso ansiedad por la incapacidad para conciliar el sueño durante años, así como el agravamiento de problemas de salud previos como depresión, estrés, cansancio crónico e incluso enfermedades cardiovasculares.