Tras el confinamiento, la vida social de la nueva normalidad sigue acompañada de un exceso de contaminación acústica
La desescalada progresiva que se produjo en las últimas semanas nos permitió volver a nuestras añoradas terrazas. Una cervecita, una charla informal, unas patatas bravas. Estamos a gusto, finalmente con los amigos, aunque mantengamos la distancia social… pero algo falla. De repente, nos damos cuenta de que el ruido que viene de las otras mesas nos molesta. Nos sentimos sobreestimulados. Hay momentos que deseamos hacer un ejercicio de introspección y poder ignorar todos los sonidos que llegan de nuestro entorno.
Quizá la impuesta tranquilidad que venía con el aislamiento del “yo me quedo en casa” nos ha hecho valorar la importancia de la serenidad, de bajar el volumen de las conversaciones y moderar el sonido ambiental. Hace años que los expertos alertan del exceso de ruido en España, en la vida cotidiana, en las calles y las escuelas. ¿Cambiará algo de nuestros hábitos este choque? ¿Sabremos disfrutar de la vida social pero con algo más de serenidad y calma?
Las primeras semanas de desescalada no dejaron un panorama muy prometedor al respecto. La nueva normalidad lo ha confirmado. Al contrario. Enric Pol, catedrático de Psicología social y Ambiental de la Universidad de Barcelona, explica: “Hay un fuerte componente cultural. Somos una sociedad mediterránea y ruidosa. Esto puede cambiar con el tiempo, como muchas cosas. Por ejemplo, antes se veía normal tirar un papel al suelo, ahora no tanto”.
El doctor Oliver Haag, jefe de servicio de Otorrinolaringología del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, coincide: “Es un tema cultural. En esta sociedad hay un exceso de ruido, que se potencia y se retroalimenta. Cuando uno habla en un tono más elevado, el otro también, y hay muchos que hablan a la vez… Sin embargo, es más bonito con menos ruido. No es por nada que el exceso acústico tiene el nombre de contaminación: no es bueno para la salud”.
Escalada del ruido
Cuando uno habla en un tono más elevado, el otro también, y hay muchos que hablan a la vez…”
Oliver Haag
Jefe de servicio de Otorrinolaringología del Hospital Sant Joan de Déu
De todos modos, Enric Pol matiza que no conviene estigmatizar el sonido humano, que viene condicionado por cada situación. “No hay que mezclar las dimensiones vivenciales y culturales con las dimensiones técnicas. Intentar reducir el sonido provocado por el tráfico, por ejemplo, siempre será positivo, pero con el sonido provocado por la actividad social hay que buscar el equilibrio”.
En este sentido, Pol distingue entre las nociones de ruido y de nivel sónico. “Los mismos 120 decibeliso de una discoteca donde me gusta experimentar la vibración de los graves en mi estómago, los vivo de manera diferente de los de un aeropuerto, en donde si estoy trabajando me tengo que poner protección en los oídos por confort personal y por normativa de protección laboral. Son percepciones diferentes de un mismo nivel de sonido”.
Por eso, a menudo, el ruido provocado por la actividad social se percibe como elemento positivo, que facilita la convivencia, la comunicación, que aporta vida. Y Pol pone otro ejemplo: “En el confinamiento, después de los aplausos en muchos balcones se ofrecían conciertos y sesiones de DJ para los vecinos. Se vivían como un elemento agradable y de contacto social, aunque en otros momentos, sin la crisis sanitaria, se habrían vivido como una molestia desagradable”.
Asociaciones vecinales de toda España han exigido a las autoridades que hagan compatible el regreso a la actividad económica y al ocio con el descanso de las personas. En un comunicado que hicieron público cuando las terrazas empezaban a llenarse, las federaciones de Asociaciones contra la Contaminación Acústica y en defensa del Patrimonio Histórico, y de Asociaciones contra el Ruido de España, apostaban por una desescalada que protegiera la salud pública y los derechos de los ciudadanos “por encima de los intereses particulares como los de la hostelería”.
De molestia a placer
En el confinamiento, después de los aplausos en muchos balcones se ofrecían conciertos y sesiones de DJ para los vecinos”
Enric Pol
catedrático de Psicología social y Ambiental de la UB
En su opinión, la peatonalización de ciertas calles y la ampliación de las terrazas para facilitar el resurgimiento económico se hacen a costa de los objetivos de sostenibilidad de las ciudades. “Aumentar la presión que ya ejercen las actividades contaminantes, mediante la ampliación de horarios y espacios para terrazas de bares, cafeterías y restaurantes, es ir en contra del derecho a la salud de los residentes y vulnera los derechos fundamentales”, afirmaban en un comunicado. “Aumentaría el actual riesgo de contagio y además todo lo que sea favorecer el ruido empeoraría la calidad de vida de los vecinos”. En la misma tónica se han expresado asociaciones ciudadanas de toda España, como la asociación O Cimborrio, de Orense, que reclama que no se vuelva al modelo de hostelería contaminante. “No hay que rescatar a la hostelería, sino reconstruirla”, afirman.
No tiene mucha esperanza Conchita desde su balcón que da a una calle tranquila de Barcelona. Tranquila cuando el pequeño bar de enfrente está cerrado. Cuando está abierto, sus tres mesas en la terraza se convierten en un gallinero de gritos, hombres jóvenes hablándose de mesa a mesa con la cerveza en la mano, niños chillando sin ningún motivo y sin que ningún adulto les llame la atención. “Cuando está cerrado oímos los pájaros, pero en cuanto abren se acabó la tranquilidad”.
Y eso que se trata de un pequeño bar de barrio en una calle calmada. Los vecinos de barrios turísticos, o de centros históricos, están que trinan, como ejemplifica Alberto: “Hemos disfrutado del silencio y la calma que puede haber en el día a día y ahora nos cuesta tener que enfrentarnos otra vez a tanto ruido sin sentido. El contraste es muy grande”.
En efecto, el confinamiento provocado por la pandemia mostró a muchas personas cómo podría ser vivir en una ciudad y escuchar a los pájaros, las campanas o incluso reconocer voces lejanas. Pero no deja de ser una vivencia de excepción, como explica Pol: “Vivir en una situación de privación de estímulos, como si viviéramos siempre en una sala insonorizada, tiene un efecto tan malo como la sobreestimulación. Hay que encontrar el punto de equilibrio”.
En la universidad de Córdoba, un grupo de investigación está estudiando cómo está variando el ruido durante las diferentes fases del confinamiento y la desescalada. Además de un análisis cuantitativo, que mostró cómo en la fase más dura del primer estado de alarma el ruido ambiental bajó 30 decibelios, se trata de un análisis cualitativo. Las autoras del estudio, María Dolores Redel y Sara Pinzi, explican: “Nos interesaba particularmente el concepto de percepción del ruido y psicoacústica, o sea la percepción que la gente puede tener del ruido. Es posible que en una situación de estrés emocional, los mismos decibelios de ruido puedan ser percibidos de una forma peor”.
Riesgo para la salud
La exposición de larga duración a niveles superiores a 55 dB puede provocar un aumento de la presión arterial y el riesgo de infartos”
Sara Pinzi y María Dolores Redel
Investigadoras de la Universidad de Córdoba
El estudio ha demostrado que conforme se avanza en la “nueva normalidad” ha ido aumentando el nivel de ruido y el grado de molestia. “Es asombroso cómo estamos volviendo a ser ruidosos”, afirman Redel y Pinzi, que recuerdan los peligros de ser una sociedad cada vez más inmune al ruido. “La percepción del ruido es algo muy subjetivo. De hecho, se puede estar cumpliendo la normativa en cuanto al nivel de ruido emitido y sin embargo, puede causar molestia. La OMS establece un nivel de 40 dB de ruido nocturno en áreas residenciales. La exposición de larga duración, sobre un año, a niveles superiores puede provocar insomnio o perturbaciones del sueño. La superio a 55 dB puede provocar un aumento de la presión arterial y el riesgo de infartos. Pero no cumplimos ni con los 55 dB en muchas zonas de Europa ni en España. Ahora podría ser un buen momento para intentar controlar que no aumente el ruido nocturno y proponernos cumplir con estos objetivos”.
Aprovechar la oportunidad que nos ha ofrecido el estado de alarma es también la tesis que defiende Oliver Haag. El trabajo a distancia que ha impuesto el confinamiento provocado por la pandemia ha traído una consecuencia agradable, según explica: “En las reuniones por videoconferencia solo se puede hablar de uno en uno. Es un ambiente más tranquilo y ordenado. Nadie interrumpe a nadie. No hay tres conversaciones paralelas sobre la mesa. Ahora que volvemos a lo presencial, podríamos mantener este hábito, y al final del día laboral lo agradeceríamos. De todas las situaciones se puede aprender”.
Mejorar la convivencia
El barullo en las aulas y los comedores escolares está muy por encima de lo recomendado
De igual manera, se podría mejorar la convivencia en familia y en las escuelas. “Las familias pueden probar que si ven la tele o escuchan música con menos volumen, lo oyen igual, lo entienden todos, y todo el mundo disfruta más. Además, podemos apreciar los sonidos que hemos podido escuchar en el confinamiento, como los pájaros urbanos”.
Respecto a las escuelas, está estudiado que los niveles de ruido en aulas y, sobre todo, en comedores escolares está muy por encima de lo recomendado. “A menudo sobrepasan los 80 dB y pueden llegar hasta 90 o 100 dB. Ese nivel, mantenido varias horas al día, es perjudicial para la salud auditiva, a largo y corto plazo”.
Además, Haag, que atiende diariamente a niños y jóvenes con dificultades auditivas, explica que con el uso de las mascarillas todo se complica aún más. “El uso de la mascarilla atenúa la voz entre 5 y 12 dB. Y las personas que no oyen bien, niños y adultos, se apoyan mucho en la lectura labial, fijándose en los labios para mejorar la comprensión del lenguaje, los gestos faciales… Todo eso se pierde con la mascarilla”.
Efectos de la pandemia
Las personas que no oyen bien se apoyan mucho en la lectura labial… Todo eso se pierde con la mascarilla, que atenúa la voz”
Oliver Haag
Jefe de servicio de Otorrinolaringología del Hospital Sant Joan de Déu
El ruido producido por el ocio y la vida social se acompaña del ruido provocado por los coches y la actividad económica en general. Durante el estado de alarma, un estudio en Barcelona demostró que el nivel de ruido había descendido un 50%. Hay que tener en cuenta que más de la mitad de la población de la ciudad vive en zonas con exceso de ruido. Un estudio de 2016 del Institut de Salut Global de Barcelona (IsGlobal) estimó que el ruido causaba casi 600 muertes prematuras al año, una cifra parecida a la de la contaminación ambiental.
Todos los expertos coinciden en que la principal causa de contaminación acústica está en los coches, y que su reducción hace la ciudad un sitio más sostenible. Pero ahora nos queda demostrar que las personas somos más inteligentes que los coches y que nos podemos divertir sin causar estruendo.
“¿Bajar el nivel de ruido de las conversaciones? Sería deseable, como algo que facilita la convivencia –afirma Pol-. Aunque quizá estamos exportando la cultura del buen vivir a Europa, ya que hay muchas ciudades europeas donde antes a las 11 de la noche estaba todo muerto y ahora las calles están llenas de gente y hay mucho ruido. Eso creará un potencial nuevo conflicto”.
Oliver Haag defiende: “La tranquilidad es posible. La gente se vuelve a asustar con tanto ruido. Podríamos intentar mantener esta línea que hemos iniciado con el confinamiento. Eliminar poco a poco el exceso de ruido, bajar nuestro volumen… Esto es un trabajo personal de cada uno”.