Trinos, la brisa en los árboles y las olas se oyen más que nunca… ¡Y también a los vecinos!
Hay que ver cómo nos hemos tenido que ver desprovistos de casi todo para aprender a apreciar pequeñas cosas que ya estaban ahí, sin pena ni gloria, sepultadas por un ruidoso trajín de vida. A estas alturas, después de semanas de un confinamiento que empieza a relajarse, ya se habrá dado cuenta de que oye a muchos pájaros cantando. De hecho, si se lo propone, podrá ya hasta distinguir los que trinan por la mañana y los que lo hacen al atardecer. No han salido de la nada a ‘tomar la calle’ con la pandemia. Ya estaban ahí, pero nadie reparaba en ellos. Sus sonidos nos llegan a los humanos a unos 20 decibelios en condiciones normales. Y, en las ciudades de cierto tamaño, el ruido de ambiente suele rondar los 65 de media. Eso, si no hay demasiado tráfico o un obrero con una taladradora que puede incrementar el impacto acústico hasta 120 decibelios (lo mismo que un claxon). Así que el trino de los pájaros era difícil de oír antes, casi suponía una sorpresa. Este es uno de los sonidos que se han incorporado al mapa de ruidos de la pandemia en las ciudades. Pero no es el único.
Hay personas que nunca podían apreciar el rumor del viento en los árboles, aunque los tuviesen cerca de casa. También muy poético. Muy relajante. Pero muy sutil a no ser que sople un vendaval, pues sólo nos llega con una intensidad de unos 25 decibelios. Por eso, en estas últimas semanas tan silenciosas, lo hemos oído más y más claro. ¿Y el mar? Hay quien vive en primera línea de la costa y afirma que es ahora cuando más disfruta del murmullo de las olas durante todas las franjas del día (evidentemente, cuando había temporal ya lo tenían presente). Son unos 30 decibelios, dependiendo de la proximidad y de si tienes la ventana abierta o no.
Sin duda, la falta de actividad humana se ha dejado notar. Incluso los cetáceos se han percatado de que los humanitos estábamos más ‘callados’ que de costumbre. En zonas de Gibraltar y de las islas Columbretes (frente a la costa de Castellón) se han avistado muchos más delfines últimamente y hasta alguna ballena. Los expertos creen que se han acercado tanto por la falta de ruido en esos litorales habitualmente tan bulliciosos.
Y los sismólogos dan fe de que la quietud y el silencio han tenido un efecto planetario. Ellos también notan cosas sutiles que antes pasaban desapercibidas. Un grupo de científicos ha asegurado que el llamado ‘ruido sísmico’, vibraciones que las actividades humanas causan en la corteza terrestre, se ha reducido notablemente. Por eso pueden detectar actividades sísmicas muy pequeñas que antes era imposible de captar. ¡Qué escandalosos somos, si ha bajado 10 decibelios de media el ruido en las ciudades!
El canto de los pájaros, el aire en los árboles, las olas del mar… los ruidos de la época de confinamiento parecen un poema de Béquer. Pero no son los únicos que han ‘florecido’ en estas últimas semanas. Algunos que ya estaban ahí también los hemos notado con más claridad e intensidad. ¡Y nos han sacado de quicio! Los saltos del vecino deportista, la música del DJ amateur de enfrente, las voces a deshora de la familia de al lado, las canicas de los peques de arriba…
Una «tortura»
«Estamos siendo conscientes del significativo descenso en el ruido ambiental», afirma Alfonso Terceño, de la asociación estatal Juristas Contra el Ruido e histórico defensor contra la contaminación acústica. Y esto, siendo en sí bueno, ha tenido daños colaterales: «El ruido vecinal se ha disparado –alerta– todas las consultas que voy teniendo desde el 15 de marzo, menos una, están referidas a ruido vecinal. A veces se trata de situaciones muy sangrantes, percibidas como una tortura». Es lógico, porque ahora mismo estamos obligados a estar más en casa: no hay escapatoria y mucha gente teletrabaja o estudia en su domicilio y necesita concentrarse.
Expertos de Audiotec, una empresa especializada en ingeniería acústica, explican que «el ruido no se ha ido, se ha trasladado». Por eso ahora, al bajar el del tráfico –responsable de la mayor parte del sonido ambiental de las calles–, oímos más a los pajarillos (para bien) y también a los vecinos (para mal). «Es curioso, ruidos que antes pasaban desapercibidos, como el que puede causar un vecino, pueden llegar a volverse una obsesión en un tiempo tan susceptible y monótono como el que estamos viviendo», sostiene Ana Esther Espinel, presidenta del grupo Audiotec. «Debemos ser conscientes de los peligros que el ruido tiene para la salud y calidad de vida de las personas –advierte–. Puede afectar de manera fisiológica a nuestro organismo, pues aumenta el nivel de estrés y disminuye la capacidad de concentración».
Por ello, desde Juristas contra el Ruido animan a los ciudadanos a dar aviso a los ayuntamientos y policías locales si, durante en el confinamiento, son asaltados por la parte ‘mala’ del mapa del ruido de la pandemia. Aunque, poco a poco, con las medidas de desescalada, todos los sonidos irán regresando al lugar que siempre ocuparon. En el futuro recordaremos estos días como una etapa terrible donde, sin embargo, nos llenaban de esperanza y sorpresa los cantos de los pájaros de la ciudad, más nítidos que nunca.
La voz del silencio
- 20 decibelios
- es la intensidad del ruido de los cantos de los pájaros que ahora, al bajar el ruido ambiental (tráfico, obras…), se perciben más. Lo mismo que la brisa en los árboles (25) o las olas (30).