Así nos va.
A los pacenses nos están haciendo un mapa del ruido. Ni retumba el tren por mitad de la ciudad varias veces al día, ni atracan cargueros que hacen sonar la bocina en días de niebla ni la actividad industrial es febril. Pero hemos de calcular los decibelios que emitimos básicamente porque nos obliga Europa.
Entiendo que del estudio que nos hagan también saldrán soluciones para corregir la contaminación acústica, aunque Badajoz se considere, a priori, una ciudad tranquila. De hecho diría que sus picos sonoros tienen que ver no el parque móvil o diseño sino con la mala educación, por eso cuando vamos a una playa de Portugal sabemos que no hay paisanos.
En 2005 me prestaron un sonómetro y realicé un reportaje por Badajoz sobre el ruido. Entre otros muchos puntos de medición, usé aquel aparato en el Casco Antiguo junto a Jacinto el de la trompeta, el acordeón del rumano Nicolai, en una barriada residencial, en la dehesa de Tres Arroyos o en la ‘autopista’.
Me esforcé por buscar leyes y por describir los efectos del ruido excesivo en las personas, que si duermen junto a un pub sufren auténticas torturas. Pero cuando llegué al experto éste fue tajante: ni la movida nocturna ni las obras son las causantes de este mal que aqueja a las ciudades modernas. La culpa es del tráfico. Y añadía pesimista que es muy fácil que una ciudad silenciosa sea cada vez más ruidosa y muy complicado que una población ruidosa se convierta en tranquila.
Cuando yo era adolescente el tubarro de la marca Metra Kit era lo más, pero cada vez quedan menos tubos de escape rectificados y veo más patinetes eléctricos. No sé si por ahí hay esperanza. Por ahí y por la educación de los vecinos. Quizás el organismo de turno recomendará en el anexo final no hablar a voces durante el desayuno cuando alguien al lado lee el periódico tranquilamente, no pitar al de delante en cuanto se abre un semáforo o no vaciar el contenedor de vidrios cuando son las siete de la mañana, costumbres muy pacenses sobre las que no hay legislación.
Fuente: hoy.es