Como todo en la vida, los extremos nunca son buenos y esa es la tarea de administraciones como la del Ayuntamiento Santa Cruz, que debe buscar el sonoro equilibrio que permita a vecinos convivir en armonía con el ocio.

Según los científicos, cualquier humano que permanezca 45 minutos en el más absoluto silencio, algo solo posible en una cámara especial denominada anecoica, comenzará a sufrir alucinaciones y traspasará los límites de la locura. Se deduce por tanto que las personas no pueden vivir sin que haya ruido a su alrededor, pero los mismos científicos han comprobado que, cuando ese ruido supera ciertos límites, afecta directamente a la salud y al equilibrio mental. Como todo en la vida, los extremos nunca son buenos y esa es la tarea de administraciones como la del Ayuntamiento Santa Cruz, que debe buscar el sonoro equilibrio que permita a vecinos convivir en armonía con el ocio.

En la capital, como en la mayoría de las grandes ciudades, el principal factor del ruido lo genera el tráfico, seguido por las actividades en la calle y por último, la actividad industrial que en el caso de Santa Cruz la centraliza el puerto. Es en este último ámbito es dónde se ha incorporado una fuente de ruido extra y que no es otra que las plataformas petrolíferas. Los últimos en quejarse por este asunto han sido los vecinos de Igueste de San Andrés, que incluso han denunciado que han visto afectado su turismo. Lia Suniva Cruz, presidenta de la Asociación de Vecinos Haineto Príncipe de Anaga, explica que, afortunadamente, han sido casos puntuales, que han hablado con el puerto, desde donde han respondido con rapidez llevándose las plataformas más lejos. Prueba de lo molestas que son estas infraestructuras, es que, esta misma semana, el alcalde, José Manuel Bermúdez, se comprometía públicamente a insistir con el puerto para buscar espacios de fondeo más alejados del litoral para evitar estos molestos ruidos que dejan sin dormir a los vecinos más próximos.

Pero, sin duda, uno de los asuntos que más afecta directamente a los habitantes de la ciudad son los espacios de ocio y concretamente las terrazas y actuaciones al aire libre. Conciertos como el de Luis Fonsi celebrado el pasado julio fue el mejor ejemplo de cómo la aplicación de la ordenanza municipal del ruido (que data de 1995 y ni siquiera está adaptada a la ley estatal que es de 2003) hizo que los asistentes al concierto protestaran porque no se oía, mientras que los residentes de la zona a su vez se quejaron porque se oía demasiado.

Según la obsoleta ordenanza municipal que ya se encuentra en revisión, las actividades lúdicas al aire libre no pueden superar los 85 decibelios (el mismo nivel permitido por ejemplo para los coches). Ante las quejas, se aplicó una exención, que permite la ley, por lo que se incrementaron los decibelios. El próximo fin de semana habrá de nuevo concierto en la explanada del Parque Marítimo, el de Maluma, y el concejal de Medio Ambiente, Carlos Correa, confirma que se permitirán los 96 decibelios. “Los técnicos tienen que hacer el informe pertinente, pero entiendo que tendrá las mismas condiciones que los dos ya celebrados en el mismo sitio. Con Luis Fonsi se corrigió con repetidores en el recinto y creo que eso puede ser una solución. De todas formas buscaremos las máxima compaginación entre ocio y diversión”.

Muestra de lo difícil que es lograr esa combinación, es que, en esa misma zona, año tras año, se venían celebrando los conciertos al aire libre del Festival Más Jazz Heineken, encuentros que por primera vez han desaparecido este año. El motivo, según fuentes municipales, fue la queja vecinal por el ruido.

Y es que la convivencia entre vecinos y ocio sigue siendo tan difícil como necesaria en una capital que quiere ser turística. Una muestra más de esa difícil convivencia es el número de denuncias por exceso de ruido, que van en aumento. Sólo este año se han abierto 69 expedientes por este motivo. De ellos 36 ya han sido incoados, con una suma total de 3.709 euros en concepto de multa.

Este mismo verano la nueva zona de restauración nacida entorno a la plaza de San Francisco, puso en marcha una iniciativa junto al Círculo de Bellas Artes, en la que, además de sacar el arte a la calle, también se ofrecía, en horario de tarde, música en vivo, clásica, sin estridencias. Los vecinos se quejaron de nuevo y hubo que repensar el modelo de ocio a ofrecer.

MEDIACIÓN

Y es en ese punto en el que el Ayuntamiento tiene que ejercer de “mediador”, según defiende el alcalde. Bermúdez niega que Santa Cruz sea una ciudad especialmente sensible al ruido. “Santa Cruz es como todas las ciudades”, dice, aunque admite que, “hay determinadas zonas en las que es necesario hacer una labor de convivencia entre vecinos y su legítimo derecho al descanso y la actividad propia de la ciudad, y esa es una labor que cuesta”. Defiende el regidor municipal que el Ayuntamiento intenta hacer una labor de arbitraje, “primero cumpliendo la ley, segundo, haciendo que se celebren cosas en la ciudad porque es bueno para Santa Cruz y en tercer lugar que los vecinos puedan descansar”.

Cómo conseguirlo es el quid de la cuestión. “Eso se puede hacer con medidas que afectan al horario y a los decibelios. Creo que un concierto que termina a las 11.30 de la noche, parece lógico que se pueda celebrar en la calle y además de eso está la ley, que es bastante rigurosa pero que nos permite dispensar, eximir del cumplimiento estricto en base al interés económico o público de la ciudad”, defiende Bermúdez. “Eso hay que hacerlo con mesura -continúa-, creo que 96 decibelios hasta las 11.30 de la noche no parece que sea un tema excesivo, hay que convencer a los vecinos y a los promotores de que no vale todo”.

Aclara el alcalde que “hay horarios y horarios, unos referido a la actividad de un negocio, y otro en el que los vecinos puedan descansar. Decir que un restaurante tiene que estar cerrado a las seis o a las ocho de la tarde a mi me parece excesivo, decir que una terraza puede estar abierta hasta las dos de la mañana en un sitio que hay vecinos, también me parece excesivo. Hay que combinar las dos cosas, y en eso estamos”.

Terrazas en la avenida de Anaga. ANDRÉS GUTIÉRREZ

VECINOS

La visión desde el otro lado, la de los vecinos es algo más crítica y por decirlo de alguna manera, desesperada. Distintas asociaciones indican que solo piden que se cumpla la ley, que haya respeto por el descanso y por el espacio público, que es de todos. Una de esas asociaciones, El Perenquén, de la zona centro de la capital, que preside Silvia Barrera, se ha caracterizado por ser muy crítica con la ocupación del espacio público que, afirma, “se ha regalado a las terrazas”. “No se les cobra por ocupar las plazas y aceras que son de todos, así que lo mínimo que se les puede pedir es que cumplan con la ley”. Denuncia Barrera, la presidenta de la AV El Perenquén, que “el haber metido al centro de la capital en Zona de Gran Afluencia Turística, lo que supone ampliar horarios, solo ha servido para que haya más ruido porque cuando tienen que abrir los restaurantes y terrazas es en los domingos, cuando vienen los cruceros, y no abren”. “Nuestra mayor queja como vecinos es que no se cumple la ordenanza de paisaje urbano. No cierren a la hora que tienen que hacerlo, colocan más mesas y sillas de las que les permite la norma y encima lo hacen con peligro para los transeúntes, al lado de farolas, de árboles o apilando las sillas en montículos imposibles”. En definitiva, para Barrera, lo que hay es “una falta de respeto a los espacios públicos que son de todos” y según defiende, “no tendríamos ni que quejarnos, debería ser el Ayuntamiento el que actuara de oficio ante los incumplimientos”.

La nueva ordenanza del ruido que lleva casi un año en elaboración, detalla a su vez Carlos Correa, va a intentar solventar esa aparente falta de equilibrio entre vecinos y ocio nocturno o diurno. “Vamos a intentar modificar aquellas cosas que no estén contempladas en la norma estatal y que nos afecten directamente a nosotros como por ejemplo poder combinar las zonas de la ciudad que son conflictivas por el tema del ruido con el ocio”.

LOS LÍMITES

Mientras llega esa nueva ordenanza, la que está en vigor establece que el ruido exterior que puede generar una industria es de 70 decibelios de día y 55 de noche. En el caso de los servicios urbanos, estos números se mueven entre 65 y 55, las actividades comerciales entre 65 y 55, el equipamiento no sanitario entre 55 y 45 y el sanitario entre 45 y 35. Límites que solo pueden ser superados mediante decreto del alcalde, con las exenciones ya mencionadas.

La misma ordenanza establece que se prohíbe el trabajo nocturno y la actividad de maquinarias o equipos a partir de las 22.00 horas y hasta las 08.00 horas, en los establecimientos ubicados en edificios de viviendas cuando el nivel sonoro transmitido a estas, o a edificios colindantes, exceda de un conjunto de 30 decibelios. Según la ordenanza, los recintos interiores de los establecimientos abiertos al público están obligados a tomar las medidas de insonorización necesarias para evitar que el nivel de “ruido de fondo” existente afecta a los vecinos.

Cabe preguntarse si esta es una normativa que de verdad se cumple en algún punto de la ciudad. Tampoco hay que obviar que la antigüedad de muchos de los inmuebles del centro capitalino hacen que las condiciones de insonorización no sean precisamente las más adecuadas para el ruido que una ciudad de 205.000 habitantes genera.

La misma pregunta cabe hacerse cuando se lee que queda prohibido el uso de bocinas o cualquier otra señal acústica dentro del casco urbano, salvo en los casos de inminente peligro de atropello o colisión, o que se trate de servicios públicos de urgencia. O que la carga, descarga y transporte de materiales de camiones deber hacerse de manera que el ruido producido no resulte molesto; que el personal de los vehículos de reparto deber cargar y descargar las mercancías sin producir impactos directos sobre el suelo del vehículo o del pavimento.