Abogada especializada en Derecho Urbanístico y Contaminación Acústica y presidenta nacional de Juristas contra el Ruido, Yomara García Viera (Las Palmas, 1972) considera en esta entrevista que el ruido y la contaminación acústica que sufren los ciudadanos son un problema de “falta de voluntad política, de sordera política”. Su defensa de los vecinos de Simón Bolívar consiguió que se dictaran varias resoluciones judiciales que lograron limitar los decibelios de la celebración del Carnaval en Santa Catalina y obligó a la administración a acordar con los vecinos las condiciones del evento.

 

Las Palmas de Gran Canaria figura entre las ciudades más ruidosas de España, ¿por qué?

Esta es una ciudad en la que hay muchísimo por hacer. Por ejemplo, la ordenanza es de 2002 y no está adaptada a la Ley del Ruido de 2003 ni al reglamento que la desarrolla. Está obsoleta. Es ahora cuando el Ayuntamiento está trabajando en la nueva ordenanza. En esta ciudad no existe mucha concienciación respecto del problema de la contaminación acústica y el ruido hasta que la persona lo sufre. Hay zonas muy afectadas, como Vegueta o Guanarteme. En los últimos años han proliferado las terrazas, que no se controlan e inspeccionan pese a ser consideradas un emisor acústico por la Ley del Ruido. Ahora se han empezado a controlar el aforo por el covid, pero no se tiene en cuenta el ruido que generan.

¿Con esa ordenanza se pueden controlar los problemas de contaminación acústica?

Claro que sí. La norma, aunque obsoleta, puede aplicarse. No es un problema de falta de normativa, sino de falta de aplicación de la norma, de falta de voluntad política, de sordera política. Hay normativa suficiente aunque en Canarias no hay ley autonómica del ruido y habitualmente los municipios recurren a las ordenanzas. También hay un problema gravísimo de medios técnicos y humanos. En el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria sólo dispone de dos técnicos que hacen inspecciones y miden y están desbordados. Es frecuente que los ayuntamientos no tengan sonómetros o no estén verificados. Antes de la pandemia intervenía el grupo de espectáculos de la policía local, pero ahora ni siquiera lo está haciendo. La policía local no realiza mediciones.

“El problema con las terrazas es que no hay control ni inspección. Tienen que cumplir la normativa”

Una queja constante de los vecinos es que las denuncias se empantanan y los expedientes se eternizan ¿Por qué ocurre eso, por la falta de medios?

Por varias cosas. Se minimiza la gravedad del problema. El Ayuntamiento, sorprendentemente, en lugar de inspeccionar y controlar al contaminador, archiva las denuncias si el afectado no aporta mediciones, cuando es competencia municipal hacer un seguimiento y control de la actividad ante una denuncia y, por supuesto, medir. Los expedientes caducan, hay que estar muy pendiente para impulsarlos, porque en la práctica no se hace de oficio y quedan en el cajón del olvido. Una persona afectada no puede estar meses y años esperando por el acceso a una resolución o un expediente. La policía no suele acudir cuando se trata de ruidos vecinales. Solo acude cuando se trata de actividades clasificadas. Tampoco suele acudir cuando no son actividades clasificadas, pero molestas. Siempre digo que aunque no tengan sonómetros, algo que depende de la voluntad política, la policía siempre tiene que redactar su boletín de denuncia y los afectados pedir ese informe, porque hay una valoración subjetiva del policía que puede servir en el procedimiento.

¿Y a qué se debe esa sordera política?

No hay conciencia del problema del ruido y de la contaminación acústica. Ahora hemos tomado conciencia por el covid de que existe un bicho en el aire que nos daña la salud y hemos adoptado medidas y el botellón, por ejemplo, ahora se está controlando, cuando antes se permitía y se toleraba aunque está prohibido. Los ruidos y el aforo de las terrazas ahora se están controlando un poco más. Pues con el ruido pasa lo mismo. Hay unas ondas, un veneno invisible en el ambiente y no somos conscientes del daño que hace hasta que lo padecemos. Hay que concienciar a la población y a los políticos porque, a veces, hay que adoptar medidas impopulares porque son necesarias para la salud. Y no me refiero a ningún partido en concreto. Los he visto de todos los colores en muchísimos municipios. La jurisprudencia lo viene diciendo: no se puede justificar la vulneración de derechos fundamentales.

“Esta ciudad merece tener un espacio en condiciones para la celebración de grandes eventos”

¿En qué medida puede afectar a la salud estar sometido al ruido o la contaminación?

El ruido es distinto de la contaminación acústica. Son dos conceptos diferentes. El ruido es un sonido molesto no deseado. Es, por ejemplo, cuando estás en tu domicilio leyendo un libro y comienza un ruido que interfiere en tu comunicación o en tu día a día. Y es subjetivo. Si yo estoy divirtiéndome no me va a molestar tanto el ruido como si estoy estudiando una oposición. Y la contaminación acústica es la presencia en el ambiente de ruidos y vibraciones que afectan a las personas y a los bienes. Por ejemplo, el ruido del tráfico, que también enferma gravemente. O un número de terrazas bajo viviendas.

¿Y cómo afecta a la salud?

Está demostrado y hay estudios que establecen que el ruido afecta gravemente a la salud, tanto desde el punto de vista psicológico como desde el punto vista físico. Causa ansiedad, depresión, etc. Provoca también absentismo laboral, absentismo escolar, tengo casos de niños con informes psicológicos que tienen un bajo rendimiento escolar, que se duermen en clase. Hay estudios que acreditan que la exposición continuada al ruido y a la contaminación acústica implican que se acorte la vida. En Europa se pierden 1,6 millones de años de vida saludable como consecuencia de la contaminación acústica. Ha habido un aumento de reclamaciones de ruidos vecinales a raíz de la pandemia.

“Los funcionarios de actividades clasificadas están desbordados, precisan más medios”

¿Ah sí, por qué razón?

Porque al aumentar el teletrabajo, muchas personas que han tenido que pasar mucho tiempo en casa han sido conscientes de muchísimos sonidos que se transforman en ruido cuando no queremos escucharlos. Al estar en casa, de repente, vemos que el vecino pone la tele altísima, camina con zapatos de tacón o que los niños juegan con pelotas. Y luego las terrazas. El otro día vino una señora de la zona de Santa Catalina que tenía antes una terraza y ahora tiene cuatro y no puede vivir. Se está enfermando porque tiene 200 personas bajo su ventana.

¿Cuáles son los problemas de las terrazas?

El problema de las terrazas es la falta de control e inspección. Tienen que cumplir la normativa municipal, la ordenanza, y la estatal. Por ejemplo, deben aplicar desde 2019 la orden VIV/561/2010, por la que se desarrolla el documento técnico de condiciones básicas de accesibilidad y no discriminación para el acceso y utilización de los espacios públicos urbanizados. Deben de cumplirse una serie de parámetros, distancias de fachadas, etc. Hay que respetar el itinerario vehicular y peatonal. El peatón tiene que tener su espacio en el itinerario peatonal. Ahora estamos viviendo una situación excepcional y los ciudadanos han sido muy conscientes y tolerantes pero tienen miedo de que se consoliden estas situaciones. No vale todo. La salud siempre está antes.

“Hay que concienciar a la población y a los políticos sobre el daño que produce el ruido”

¿Cuál es la principal fuente de ruido en esta ciudad?

Suele ser el tráfico, pero no la que más se reclama, aunque también hay quejas, como las de los vecinos de la calle Buenos Aires o las viviendas próximas a la autovía. Aparte del tráfico, las principales fuentes de ruido suelen ser actividades clasificadas y ocio nocturno. Hay problemas con gimnasios, talleres, restaurantes que no están bien aislados y, antes de la pandemia, con fiestas y eventos que siempre castigan a las mismas zonas. Somos una ciudad que merece tener un emplazamiento en condiciones para celebrar todo tipo de eventos porque la gente necesita ocio también. Y hay que trabajar con eso desde la planificación, no improvisando. Y mi sensación es que siempre se trabaja apagando fuegos y a golpe de resolución judicial y que los técnicos municipales y los funcionarios de actividades clasificadas están desbordados. Hay que dotarles de medios.

El nuevo mapa de ruidos habla de que el 27% de la población sufre niveles altos de ruido, ¿eso es muchísimo no?

Sí, es gravísimo. Estamos hablando de que más de un cuarto de la población está expuesta a un veneno invisible sin darse cuenta. La gente tiende a normalizar el ruido y se cree que como está en una ciudad tiene que aguantarlo. Y no es así. Ya hay sentencias que reconocen y protegen un medio ambiente urbano saludable. En la ciudad tenemos que moderar el ruido y reducirlo todo lo que podamos para que no afecte a la salud. El ruido no es vida.

“A raíz de la pandemia ha habido un aumento de reclamaciones por los ruidos de los vecinos en las viviendas”

¿Qué le parece que no se haya incluido en el último mapa del ruido el que causa el ocio?

Se debería incluir, porque la normativa lo permite y es una fuente de ruido que provoca muchas quejas. Los inmuebles no están preparados, ni aislados ni acondicionados y el ruido es como el agua, es una onda que se transmite por la estructura. Siempre recomiendo a los empresarios que inventan en la prevención del ruido porque es un beneficio para ellos. Cuesta muy poco y los problemas que puedes tener si no lo haces son muchos y va a costar mucho más arreglar el desaguisado.

Vecinos de Vegueta llevan años quejándose del gran número de eventos en la zona, ¿Cuál es el problema?

La problemática se debe a que se celebran eventos multitudinarios, es una zona de uso predominantemente residencial y hay actividades que son incompatibles con dicho uso por más que queramos empeñarnos. Son calles estrechas, lo que amplifica aún más el ruido que se produce. No hay medidas correctoras posibles. El problema es que aprovechando que existen bares, se promocionan iniciativas de esos locales con la colaboración del Ayuntamiento y se producen efectos indeseables acumulativos y aditivos. Si celebramos un superevento de muchísimas miles de personas y aunque termine a las diez de la noche lo denominamos diurno, nos estamos olvidando de que esas personas luego van a ir a los locales de la zona, que cierran a las dos de la mañana. Y esas personas se quedan haciendo botellón.

“A veces hay que adoptar medidas impopulares porque son necesarias para la salud”

¿Cuándo habla de eventos diurnos se está refiriendo al Carnaval de Día, que ha acabado en los tribunales por las denuncias de los vecinos?

Me refiero al Carnaval de Día y a otros eventos que también se denominan como diurnos enmascarando la realidad de los efectos del mismo y que realmente se desarrollan durante muchísimas horas. En cualquier caso, un evento diurno de 10 horas constante e ininterrumpido, cerca de residencias de ancianos, hospitales o viviendas es insoportable. Respecto al proceso judicial del Carnaval de Día de Vegueta, al estar actualmente en curso, prefiero no opinar por respeto al tribunal, a los compañeros letrados del Ayuntamiento y el Cabildo y a las otras partes.

“Es gravísimo que más de un cuarto de la población esté expuesta a un veneno invisible sin saberlo”

¿Está pasando algo parecido a lo que ocurrió en Santa Catalina con los mogollones? ¿Qué supusieron aquellas resoluciones judiciales que le dieron la razón a los vecinos a los que usted defendió ?

En el caso de Vegueta, las calles son todavía más estrechas y se amplifica el sonido. En Santa Catalina, el Ayuntamiento debe contar con los vecinos afectados para organizar el evento, su emplazamiento y otras medidas. Además se estableció un límite de decibelios. Las sentencias del Oktoberfest y las Campanadas de Verano constituyen precedentes en esta materia. La del Oktoberfest establece que el ruido de la aglomeración de personas es contaminación acústica, aunque en el evento no pongan música. Y ese es un caballo de batalla. Comparto y defiendo esa tesis, porque la ley del ruido establece que se considera emisor acústico toda actividad o comportamiento que genere contaminación acústica y en muchos procedimientos administrativos, erróneamente, se invoca por la administración que como el evento no tiene música, no contamina y no es necesario realizar estudios de impacto acústico.